Fresco proveniente del palacio de Hirbat al-Majfar, erigido por el califa omeya Hisäm (reg. 723-743). Un arquero a pie que dispara una flecha al tiempo que se protege con un escudo redondo. Fuente: Rockefeller Museum, Jerusalén.

Lo creo así porque el resultado de la llamada batalla de Guadalete fue inapelable y permitió que en brevísimos años, tres o cuatro, la práctica totalidad del reino visigodo de Toledo quedara bajo dominio musulmán. Con esta conquista, se establecían las bases del medievo hispano, se daba inicio a al-Ándalus y junto a él, a partir de 718 o 722, tómese la fecha que se quiera, al reino de Asturias y al resto de pequeños núcleos de resistencia al dominio califal, primero, y emiral, después.

A partir de ese momento, la historia de la península ibérica gira, queramos o no, en torno al enfrentamiento y también a las relaciones, entre los sucesivos y diversos estados musulmanes y los cristianos. Ese enfrentamiento, esas relaciones e intercambios, abarcan toda la Edad Media y configuraron, en no poca medida, la España de los reyes católicos y de los Austrias y con ello, la acción de la Monarquía Hispánica en Europa, en el Mediterráneo, en América y aún en el Pacífico. ¿Acaso podría entenderse la rivalidad hispanoturca en el Mediterráneo sin lo anteriormente expuesto? ¿Acaso podría comprenderse la actitud, la ideología, la acción, la estructura social, etcétera, de los conquistadores españoles en América o Filipinas sin tener en cuenta la larga y conflictiva relación entre musulmanes y cristianos que se inicia tras la mal llamada batalla de Guadalete y que se prolonga hasta la toma de Granada y más allá?

Independientemente de estériles y alambicadas discusiones historiográficas sobre si llamar o no conquista y reconquista a los procesos de ocupación del territorio por las fuerzas musulmanas y cristianas, respectiva y consecutivamente, lo cierto es que dichos procesos forjaron una considerable parte de nuestra historia y de nuestra identidad y, por ello, fijar con precisión el campo de batalla donde todo comenzó y, a partir de su estudio, comprender mejor el gran combate y sus consecuencias, es una aportación menor, si se compara con la magnitud de lo que aconteció después, pero en modo alguno baladí.

Y ahora, tras haber señalado ya en la 1.ª edición de Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, de octubre de 2019, que la batalla decisiva entre visigodos y musulmanes tuvo lugar en los parajes que se extendían al pie del Cerro de Torrejosa, en el actual término de Tarifa, y no en el río Guadalete, podemos aportar un aluvión de nuevos datos, evidencias y precisiones en apoyo de dicha hipótesis. Por eso, en la 5.ª edición del libro hemos querido verter estas nuevas informaciones sobre la batalla y su contexto. Como resultado tenemos un nuevo epígrafe en el que se ofrece al lector nuevos mapas, gráficos y, sobre todo, una mucho más vívida, precisa y certera visión de la batalla que cambió el destino de Hispania.

Datos, precisiones  y evidencias que fueron publicados en dos artículos dados a conocer en septiembre de 2023 en la prestigiosa revista científica Atenea (revista de la Asociación Española de Historia Militar) y que son fruto de cuatro años de trabajo de un equipo de investigación multidisciplinar en el que Eduardo Kavanagh, Francisco J. Jiménez Espejo, Mónica Camacho, Kenza Mdhehheb, Jon Camuera, Ana M. Berenjeno, José Blanco y un servidor, han examinado con más detalle y mejor enfoque los escasos textos contemporáneos de los hechos, así como los aportados por las más tardías fuentes árabes, amén de reconstruir con precisión los itinerarios de las calzadas que atravesaban la región, el clima, el paisaje, las tácticas y modos de combatir de visigodos y musulmanes. En suma, llevar a buen puerto un ambicioso proyecto de investigación multidisciplinar que revoluciona nuestro conocimiento de la campaña y batalla que determinaron la historia de la península ibérica.

Pues bien, queridos lectores, a continuación, de forma muy sucinta, os expongo los resultados.

De la batalla de Guadalete a los montes Transductinos

Sorprendentemente, la ubicación tradicional de la batalla, Guadalete, no solo está desligada por completo de los datos y noticias que aportan las fuentes primarias, sino que contradice todo lo que sabemos acerca de los movimientos de Táriq y Rodrigo y de la forma de combatir de los ejércitos árabes y visigodos del periodo. De hecho, desde el siglo XIX estaba claro para la mayoría de los estudiosos que Guadalete era, de todas las posibilidades propuestas, no sólo la menos probable, sino la única de todo punto imposible, y solo el prestigio y empeño de don Claudio Sánchez-Albornoz logró que el despropósito se convirtiera en lugar común que se trasladó a enciclopedias, libros de texto y obras y trabajos no especializados. De hecho, hoy día, no hay ningún experto con prestigio que señale Guadalete como lugar del encuentro.

Pero comencemos el periplo que nos llevará al verdadero campo de batalla señalando que la única fuente contemporánea que nos da testimonio de la misma es la Crónica mozárabe de 754. Por increíble que parezca, y el hecho siempre sorprendió a historiadores extranjeros como Roger Collins, su relato ha sido marginado, cuando no directamente olvidado, por la historiografía española en favor de los proporcionados por fuentes árabes y castellanas que, en el mejor de los casos, fueron escritas ciento cincuenta años después de la batalla y, en el peor, tres, cuatro y hasta nueve siglos más tarde. El resultado fue una reconstrucción de la batalla desligada por completo de las realidades físicas, logísticas y tácticas del encuentro.

Y, sin embargo, la única fuente contemporánea de los hechos nos aporta un dato geográfico concreto y explícito acerca del lugar donde se entabló batalla: «Transductinis Promonturiis sese cum ei conflingendo recepit eoque prelio fugatum omnem gothonun exercitum, qui cum eo emulanter fraudulenterque obambitionem regnia duenerant, cecidit» (Crónica mozárabe de 754, 52). Literalmente: «Se fue [Rodrigo] a las montañas Transductinas para luchar contra ellos [los musulmanes] y cayó en esta batalla al fugarse todo el ejército godo que por rivalidad y dolosamente había ido con él solo por la ambición del reino».

Como vemos, el cronista no tenía dudas: la batalla se libró en los «Transductinis Promonturiis», es decir, al pie de las montañas Transductinas.

¿Transductinas? «Transducta» es la forma en la que se escribía el nombre romano de la actual Algeciras allá por los siglos VII y VIII. Así lo acreditan el llamado Anónimo o Cosmógrafo de Rávena, que escribía hacia 670, y el ya mencionado anónimo cronista de la Mozárabe de 754 que recoge el topónimo por dos veces en su variante de montañas Transductinas (Anónimo de Rávena 305, XII y 516, V; Crónica mozárabe de 754, 52 y 82).

Ya Mommsen y Sánchez-Albornoz convinieron en que los «Transductinis Promonturiis» solo podían ser las sierras que cierran por el interior la bahía de Algeciras. Pese a ello, Sánchez-Albornoz llevó al río Guadalete la batalla, situándola a unos 100 km de Algeciras y a unos 60 km del punto más cercano de las citadas serranías.

Bien, ¿pero acaso no hay otras propuestas? Sí, las hay, pues pese a la clara vinculación entre las montañas Transductinas y Transducta/Algeciras, algunos investigadores han propuesto identificar los «Transductinis Promonturiis» de la Crónica mozárabe con el peñón de Gibraltar y, a partir de esa identificación, buscar el lugar de la batalla en el río Guadarranque, en la bahía de Algeciras.

Pero esto es algo de todo punto imposible, pues así lo requiere hasta la coherencia interna de la Crónica mozárabe, ya que el anónimo autor menciona, englobándolo con su nombre clásico, al peñón de Gibraltar como «Columnas Herculis» y ello en el contexto del 711, con lo que queda claramente diferenciado de «Transductinis Promonturiis». Y es que era esa denominación, la de «Columnas Herculis», corriente a fines del siglo VII e inicios del VIII, tal y como lo demuestran otros dos textos contemporáneos: el ya citado del Anónimo o Cosmógrafo de Rávena, hacia 670, y el de las Notitiae Graecorum Episcopatuum, hacia 665 (Crónica mozárabe de 754, 54; Anónimo de Rávena 307 y 167; Notitiae Graecorum Episcopatuum, 353. Sobre la correcta cronología de las Notitiae Graecorum: Soto Chica, J., 2015).

Además, si el autor de la Crónica mozárabe hubiera pretendido designar al peñón de Gibraltar con el topónimo «Transductinis Promonturiis» hubiera usado un singular, por ejemplo «promontorio Transductino» y no un plural; y, si todo lo anterior no bastase, estaría el hecho incontestable de que la Crónica mozárabe de 754, al contar cómo en 740 el valí de al-Ándalus despachó un ejército contra los rebeldes bereberes que habían tomado Tánger, deja bien claro que había que cruzar los «Transductinis Promonturiis», para llegar a Algeciras desde el interior y, sobre todo, si se venía desde Córdoba. Algo totalmente imposible si dichos montes tuvieran algo que ver con el peñón de Gibraltar (Crónica mozárabe de 754, 82).

Razones igualmente insuperables se oponen a otras propuestas de ubicación de la batalla tales como Vejer, el Salado de Conil o Barbate. No hay espacio aquí para exponer los argumentos y pruebas, pero el lector interesado podrá encontrarlas en la 5.ª edición de Imperios y bárbaros y en los dos artículos publicados en Atenea.

Y es que los «Transductinis Promonturiis» solo pueden ser las serranías que cierran la bahía de Algeciras: las del Cabrito, del Algarrobo, de Ojén, de Algeciras, Saladavieja, Torrejosa, del Bugeo, Sierra Luna, del Niño, Blanquilla, Montecoche, Sierra Arca y Sierra Carbonera. Sierras que, como hemos visto en el pasaje antes citado de la Crónica mozárabe, tenían necesariamente que atravesarse si uno venía del interior y quería alcanzar Algeciras o por el contrario, si desembarcaba en algún punto de la bahía de Algeciras y quería adentrarse en la península.

Ahora bien, puesto que las calzadas en uso en la época cruzaban las montañas Transductinas en tres puntos distintos para ir a parar a Algeciras, base de Táriq, y dado que sabemos que Rodrigo avanzaba desde Córdoba al encuentro del ejército invasor y que el choque tuvo lugar al pie de los montes Transductinos, la batalla tuvo que librarse, necesariamente, allí donde la ruta que comunicara Córdoba con Algeciras se adentrase en las serranías Transductinas.

Pues bien, el atento estudio de las calzadas aún transitables para un ejército a principios del siglo VIII, reveló que solo una, a la que se ha denominado B34a, pudo ser la que Táriq y Rodrigo transitaron en sus respectivos y contrapuestos avances. (Soto Chica, J., Kavanagh, E., Jiménez Espejo, F. J., Camuera, J., Camacho Calderón, M., Mdehheb, K., Berenjeno Borrego, A. M. y Turrillo Blanco, J., 2023). La B34a enlazaba con la A6, constituyendo el itinerario que, desde el siglo IV y hasta la Baja Edad Media, constituyó la ruta principal que comunicaría Algeciras con Sevilla y que, enlazando por Medina Sidonia con la B36 y por esta con la B14, llegaba a la A8 del Itinerario de Antonino, hasta terminar en Córdoba.

calzadas de la batalla de Guadalete

¿Pero, por qué descartar la calzada denominada B30 que trasponía igualmente los montes Transductinos, comunicando Carteya con el valle del Guadiaro y, a su través, también con Córdoba? Y es que, puesto que sabemos que Rodrigo partió de Córdoba para enfrentarse a Táriq, esta hubiera sido, quizá, la ruta más corta y, por tanto, la que, en buena lógica, podría haber tomado. Sin embargo, no fue así y los textos árabes lo dejan meridianamente claro: al-Hakam, que escribió hacia 860 y que, por ello, es la fuente árabe más próxima a los acontecimientos, nos dice en su primera narración de la batalla que Táriq pasó de Gibraltar a Carteya y a continuación, y desde esta, a Algeciras. El texto de al-Hakam dice en árabe:

«[…] و توجه طارق فسلك بأصحابه على قنطرة من الجبل إلى قرية يقال لها قرطاجنه و زحف يريد قرطبه فمر بجزيرة فى البحر فخلف بها جارية له يقال لها أم حكيم و معها نفر من جنده فتلك الجزيرة يومئذ تسمى جزيرة أم حكيم» (Al-Hakam, 2-3 del texto árabe editado por Jones, J. H., 1858).

Esto es: «Táriq se puso en marcha. Pasó un puente que llevaba de la montaña –Gibraltar– a una población llamada Cartayana/Carteya. Siguiendo la dirección a Córdoba, pasó cerca de una isla en la cual dejó a su joven esclava Umm Hakim con algunos de sus guerreros. Esta isla, desde entonces, se conoce por el nombre de Yazirat Umm Hakim». (Texto traducido del árabe por Kenza Mdehheby totalmente coincidente con la traducción ofrecida por Vidal Beltrán: al-Hakam, 43).

Pero, como no hay duda de que esta es la isla verde del puerto de Algeciras, lo que al-Hakam nos está diciendo es que para ir de Carteia/Carteya a Transducta/Algeciras había que tomar la calzada que llevaba a Córdoba. Así que queda claro que la B30 estaba en desuso y que la B34a era la única calzada que un ejército podía tomar. De hecho, tal y como demuestran las campañas desarrolladas en la región entre 711 y 742, era la ruta que siguieron todos los ejércitos que, o bien se adentraban en el interior desde Algeciras y el estrecho, o bien bajaban desde Córdoba en dirección al puerto de Algeciras.

Baste con señalar que, en la primera mitad del siglo VIII, la ruta Algeciras-Córdoba era tan popular y tan evidente que, según nos testimonia el Ajbar machmúa al relatarnos la conquista de Córdoba por Mugit al-Rumi en 711, la Puerta Meridional de Córdoba, que en época del redactor del Ajbar, siglo  XI, era conocida como «puerta de la estatua» o como «puerta del puente», en tiempos de la conquista, 711, era llamada por los godos «puerta de Algeciras» (Ajbar machmúa, p. 23).

En suma, hemos podido establecer con bastante fiabilidad las rutas de avance tanto de Rodrigo como de Táriq hasta el campo de batalla, y la de este último desde el lugar del sangriento encuentro a Medina Sidonia y Écija, y todo ello nos invita a buscar el campo de batalla entre hispanogodos y musulmanes en los campos que se extendían entre la Janda y el cerro de Torrejosa.

Porque no se puede dudar de que el lugar llamado «el lago», donde el Ajbar, el Fath al-Andalus, Ibn Adhari, al-Maqqari y otras muchas fuentes árabes señalan que se dio la batalla, se corresponde con la hoy desecada laguna de la Janda, como tampoco se puede ya dudar, tal y como demostramos en el artículo publicado en septiembre de 2023 en la revista Atenea, que el río que en algunas fuentes recibe el explicativo nombre de Wadi Lakko, esto es, «río del lago» o de Wadi al-Buhaira, «río de la laguna» solo puede corresponderse con el actual Almodóvar.

Río y laguna que, como señalan también las fuentes árabes más cercanas a los hechos, estaban dominados por un monte desde el que Táriq contempló el avance de don Rodrigo y su ejército desde Medina Sidonia: «و يقال بل توجه لدريق إلى طارق وهو في الجبل» (al-Hakam pp. 45-46), nos dice con claridad el texto árabe de al-Hakam al respecto de una montaña que solo pudo ser el cerro de Torrejosa, a cuyos pies se cruzaban las calzadas y caminos que llevaban a Algeciras y Medina Sidonia y desde el cual, y a lo largo de kilómetros de distancia, se podía observar el avance de una hueste que se aproximara desde esta última en dirección a Algeciras.

Esta señalada característica que desempeña en la comarca la atalaya del cerro de Torrejosa quedó incluso registrada en el texto latino de la Passio Seruandi et Germani, redactado en torno a los mismos años en que Táriq y Rodrigo libraban su batalla, el cual, al respecto del monte de Torrejosa, nos dice: «A un cerro, donde hay un lugar más elevado, que está colocado como en una atalaya para los campos vecinos» (Quentin, H., 1908; García Rodríguez, C., 1966; Pascual Barea, J., 2018).

Como vemos, si colocamos en el centro la noticia dada por la Crónica mozárabe de 754, repitámoslo, la única escrita por un contemporáneo de los hechos, y que deja meridianamente claro que la batalla se dio en los «Transductinis Promonturiis»; si ubicamos correctamente estos últimos y si a partir de esa información investigamos cuáles eran las rutas aptas para ejércitos que cruzaban dichos montes en dirección al estrecho; y si concordamos todo eso con el resto de datos que nos aporta la propia Crónica mozárabe y las fuentes árabes más antiguas y seguras, todo se ordena y encaja, y lo hace excluyendo por completo al Guadalete como campo de batalla. El Guadalete desagua en la bahía o golfo de Cádiz y no en ningún lago, y el lugar donde Sánchez-Albornoz y otros ubicaron la batalla, no lejos de Arcos de la Frontera, no se halla ni en la ruta que unía Córdoba con Algeciras ni, por supuesto, en el lago/laguna de la Janda, ni en los «Transductinis Promonturiis».

Existen, además, poderosas razones militares para que el Guadalete no pudiera ser el lugar donde se libró la batalla. Señalemos sólo algunas: ¿De verdad se puede creer que un Táriq que no contaba con una caballería digna de ese nombre iba a exponerse a combatir en una amplísima llanura en la que toda la ventaja sería para un enemigo bien provisto de excelente caballería? ¿Qué lógica militar esgrimiría un Táriq que se alejara más de 100 km de Algeciras, su base logística y puerto de reembarque? Ir al Guadalete a plantear batalla no tenía ningún sentido, mientras que darla al pie del cerro de Torrejosa y en las cercanías de la laguna de la Janda cuadra con todo lo que nos dicen las fuentes árabes, con lo que sabemos de la forma de combatir de ambos ejércitos y con los movimientos previos que emprendieron, amén de coincidir con el testimonio de la única fuente contemporánea de los hechos.

De hecho, y como ya señalara con acierto Roger Collins, no se puede hacer ninguna reconstrucción mínimamente honrada, desde el punto de vista historiográfico, de los sucesos de la invasión islámica del reino de Toledo sin poner en el centro a la Crónica mozárabe de 754 y, por ende, se debe rechazar cualquier otro testimonio más tardío y legendario que violente la parca, y por ello aún más creíble, relación que nos ofrece la Mozárabe (Collins, R. 1991, pp. 31 y ss.).

No puedo ahora detenerme aquí en narrar la desastrosa situación en la que se hallaba el reino visigodo en 711. Baste con decir que, tal y como demostramos en un artículo publicado en Nature Comunications en septiembre de 2023, el reino padecía una severa sequía, probablemente la peor en 5000 años. Sequía que, claro está y en el contexto de una sociedad agraria, trajo consigo durísimas hambrunas con su corolario de desórdenes sociales y políticos. Súmese a ello un fuerte brote de peste bubónica y las contiendas desatadas entre las facciones nobiliarias por hacerse con el trono tras la inesperada muerte de Witiza en los primeros días de 710 y se obtendrá un cuadro de crisis y conflictos internos que, claro está, facilitó en demasía la invasión musulmana y su triunfo.

Aridez extrema en batalla de Guadalete

Gráfico que evidencia picos de aridez extrema en la península ibérica y el norte de África entre los siglos V y X. Obsérvese que a finales del siglo VII y principios del VIII se advierte uno de los más severos. Fuente: Nature Communications.

En abril de 711, Táriq ibn Ziyad cruzó el estrecho de Gibraltar con el apoyo de don Julián, para, a continuación, y durante tres meses, dedicarse a saquear la Bética. Tras imponerse a las fuerzas del dux de la Bética, en julio recibió refuerzos enviados por Musa Ibn Nusair desde Túnez. ¿De qué fuerza estamos hablando? Un cuidadoso análisis de las fuentes nos permite estimarla en algo más de 13 000 hombres: unos 3000 muqātila árabes, egipcios y sirios que, como lanceros que combatían en orden cerrado, constituían el nervio de cualquier ejército omeya del momento y unos 10 000 bereberes que conformaban, ante todo, una tropa de infantería ligera, brava y combativa, pero poco disciplinada y mal armada. A esa fuerza se sumarían los hombres de don Julián e, incluso, si damos crédito a algunas fuentes árabes, un pequeño grupo de guerreros/esclavos negros.

La participación de contingentes árabes y bereberes viene refrendada por el testimonio explícito de la única fuente contemporánea que relata la campaña y la batalla, la Mozárabe de 754, que deja claro que Rodrigo y sus huestes no iban a combatir únicamente a los moros, sino también a los árabes, y si era así es porque estos últimos serían un contingente lo suficientemente numeroso e importante como para ser singularizado (Crónica mozárabe de 754, 52).

Por otro lado, las fuentes más fiables y seguras, y la lógica, insisten en que Táriq no contó con caballería digna de tal nombre. De hecho, insisten en que todos sus hombres eran infantes: « فخرج إليه طارق وأصحابه رجالة كلهم ليس فيهم راكب».

Esto es: «Táriq y sus infantes atacaron, pues no había un solo jinete entre ellos», dice con rotundidad al-Hakam y su noticia es respaldada por otras fuentes (al-Hakam p. 46). Y debió de ser cierto, pues si embarcar un ejército con medios tan precarios como aquellos de los que dispuso Táriq era toda una hazaña, trasladar caballos en número suficiente era ya un imposible para sus capacidades logísticas. Solo tras su victoria, cuando tomaron como botín miles de monturas, contó Táriq con caballería, tan imprescindible para su empresa.

Pero prosigamos con el relato de los hechos. Tras su exitoso desembarco, que debido a lo crecido del número de sus tropas y a la escasez de barcos tuvo que completarse después de días de idas y venidas de la pequeña flota que don Julián puso a su servicio, Táriq se apoderó de Carteya e instaló una pequeña guarnición en Algeciras, en concreto en la isla que dominaba su puerto: Isla Verde. Asegurada así su base, esencial para recibir futuros refuerzos y para poder huir con prontitud si las cosas se torcían, cruzó los montes Transductinos y saqueó las tierras próximas atrayendo, como ya vimos, al ejército provincial del dux de la Bética y batiéndolo por completo con lo que obligó a Rodrigo, a la sazón en campaña contra su rival por el trono, Agila II y sus aliados vascones, a regresar a toda prisa a Toledo y a emprender una marcha forzada hasta Córdoba para reunir allí un gran ejército que enfrentara a los invasores.

¿Cuán numeroso era el ejército de don Rodrigo? Se puede evaluar su fuerza en torno a los 24 000 hombres, de los que un tercio de ellos serían caballería de primera clase y, el resto, infantería de escaso valor.

La superioridad numérica de los godos y su excelente caba­llería debería haberles dado una ventaja decisiva, pero no fue así porque el campo godo era un vivero de desencuentros y traiciones. En esto, tanto la Crónica mozárabe de 754 como las fuentes árabes coin­ciden: la derrota que sobrevino tuvo una causa principal y decisiva: la traición de dos tercios del ejército godo (Crónica mozárabe de 754, 52).

Pocos pormenores de la batalla de los montes Transductinos nos han llegado. Sabemos que el contingente godo formó en un frente de tres grandes divisiones. El centro, donde formaba la comitiva regia, lo mandaba Rodrigo y las alas derecha e izquierda, los hermanos o hermanastros del anterior rey, Witiza: Oppas y Siseberto; sabemos también que Táriq se hallaba apostado en el cerro de Torrejosa cuando vio aproximarse a la hueste goda avanzando por la calzada que venía de Medina Sidonia, y sabemos que entonces ordenó a su infantería abandonar la fortísima posición que ocupaba en las alturas y desplegarse en el llano para ofrecer batalla.

batalla de guadalete

El espacio físico de la batalla estaría condicionado por el curso de un río al que las fuentes dan diversos nombres: Umm Hakim y Bekka, entre otros, y que, como ya vimos, hemos identificado con el actual Almodóvar. Por tanto, el campo de batalla quedaría configurado por el pronunciado cambio de pendiente entre el cerro de Torrejosa al este, la loma de la Zuya al norte, las llanuras aluviales del río Almodóvar y el entorno de la laguna de la Janda al oeste y al sur la falda norte de la sierra de Saladavieja/Saladaviciosa, con sus numerosas torrenteras que desembocan en el Almodóvar.

De hecho, según creemos, el choque principal entre los dos ejércitos tendría lugar en el llamado cerro de la Alcachofa, donde, casi con toda probabilidad, se situó el centro de la línea desplegada por Táriq. Si tomamos dicho cerro como centro tendríamos unos 2,1 km a cada lado del mismo, hasta alcanzar las estribaciones de la loma de la Zuya y la falda norte de la sierra de Saladaviciosa, con algo más de 4 km en línea recta disponibles para el despliegue de las tropas musulmanas que librarían la gran batalla.

¿Sobre qué espacio se dispondría el ejército visigodo? Puesto que Táriq ocupaba la altura dominante y controlaba el vado del río Almodóvar, a Rodrigo solo le quedó la opción de acomodar sus efectivos de espaldas a la laguna para ofrecer el frente al enemigo. Además, si nuestro cálculo es correcto y el ejército visigodo estaba compuesto por unos 24 000 hombres dispuestos en tres grandes divisiones, su línea de batalla superaría, en principio, a la del contingente de Táriq. De ahí el interés que este tendría que tener por apoyar sus alas y su retaguardia en accidentes del terreno que obligaran a los godos a estrechar su frente de carga.

La existencia de tales accidentes en el terreno que hemos señalado –las alturas de la loma de la Zuya al norte y de Saladaviciosa al sur, que hacían muy difícil el flanqueo de las alas de la línea de batalla musulmana, y de Torrejosa guardando su retaguardia, así como el serio inconveniente que suponía el cauce del Almodóvar, cuyo vado, el de Pasada del Mojón, controlaban los musulmanes–, sin duda tuvo que obligar a Rodrigo a renunciar a envolver las formaciones enemigas, a estrechar su frente y a optar por una carga frontal.

Rodrigo, confiado en el mayor número de sus fuerzas, había cometido el error de encajonar sus tropas entre el frente enemigo y la laguna, y había aceptado librar batalla en un terreno que funcionaba como un embudo que conduciría, inevitablemente, su carga hacia las formidables posiciones ocupadas por el jamis (formación en orden cerrado de lanceros) dispuesto por Táriq. Además, si los guerreros de este último lograban rechazar la carga frontal visigoda, única maniobra posible que quedaba a disposición de Rodrigo y sus godos, estos últimos se podrían ver acorralados contra las marismas de la laguna de la Janda y entre los cauces del Almodóvar y sus pequeños, pero quebrados, afluentes.

Detalle del llamado Fresco de los seis reyes, pintado en época omeya y sito en el palacio de Qusayr Amra. En él, aparecen seis figuras que representan a los reyes derrotados por los ejércitos musulmanes, entre los que aparece Rodorikos, el visigodo Rodrigo.

Tan desfavorecedora posición táctica, ya lo he apuntado, únicamente se explica por un exceso de confianza que, como veremos, resultó catastrófica cuando se verificó la derrota y, con ella, aconteció una espantosa matanza. No obstante, Rodrigo no tenía que tenerlas todas consigo porque, entre el 19 y el 26 de julio, permaneció sin aceptar la batalla que Táriq le ofrecía. Su vacilación se explicaría muy bien por las dificultades que el campo de batalla y el despliegue del ejército invasor planteaban: Rodrigo sabía perfectamente lo arriesgado de ordenar una carga general en semejantes condiciones, pero, en última instancia, su vacilación se vino a sumar al resto de las desventajas tácticas que ya se acumulaban en su contra. Táriq aprovechó su dilación para contactar con los hermanos de Witiza, Oppas y Siseberto, y ofrecerles un pacto a cambio de que, en el momento decisivo, abandonaran a Rodrigo. Ajeno a estas traicioneras negociaciones que lo privarían de dos tercios de su fuerza, Rodrigo dejó pasar los días en combates parciales y duelos que no alteraron lo más mínimo la situación táctica.

El 26 de julio, poniéndose él mismo al frente de la carga y con Oppas y Siseberto en cabeza de las alas, el rey ordenó el avance general de su fuerza en una carga que, limitada por las alturas antes citadas, las cercanas marismas y por el cauce del Almodóvar, veía su frente de carga seriamente constreñido. Táriq, que desplegó su jamis aprovechando cada una de las posibilidades y fortalezas que le brindaba el terreno, lo esperó a pie firme enviando por delante de las tres divisiones de sus lanceros árabes a sus arqueros y honderos para que desgastaran la carga goda.

Rodrigo y sus jinetes se verían entonces castigados por la negra lluvia de flechas y proyectiles de honda que les lanzaron los escaramuzadores enemigos desplegados como pantalla de tiradores delante de las formaciones de lanceros. Dichos arqueros y honderos formarían la muqaddama de Táriq y, detrás, estarían las tres divisiones principales del jamis ya citadas: qalb, el centro, sobre la altura de la Alcachofa; maymana, el ala derecha, apoyando su extremo en la loma de la Suya; y la maysara o ala izquierda, que extendía sus filas hasta las primeras alturas de Saladaviciosa. Tres formidables divisiones dispuestas en apretado orden cerrado, erizadas de lanzas y con tres filas de profundidad o sufuf y, tras ellas, la fuerza de reserva, saqah, que ocupaba las primeras pendientes de Torrejosa y bloqueaba la calzada que llevaba a Algeciras, preservando así la ruta de retirada de Táriq si este se veía obligado a entregar la victoria a Rodrigo.

Pero no se la entregaría, puesto que los caballeros de Rodrigo se vieron frenados en seco por las lanzas de las tres divisiones enemigas formadas en orden cerrado y con sus flancos bien resguardados por las alturas de la Suya y de Saladaviciosa. Se desató entonces un combate feroz que llegó a ser desesperado para los hombres de Táriq cuando los infantes godos se sumaron a la embestida. Y es que, aunque mal armados, eran muchos. Sin embargo, en ese momento, cuando la batalla parecía inclinarse del lado de Rodrigo y los suyos, sus dos alas, la derecha y la izquierda, lo abandonaron. Fue el momento decisivo y, aunque algunas fuentes parecen apuntar a que las traidoras alas ni siquiera llegaron al choque con los musulmanes, sino que volvieron grupas aun antes de entablar batalla, el resultado fue el mismo: el fracaso de la carga y el derrumbe del plan de batalla diseñado por Rodrigo.

Superado ahora en número, Rodri­go siguió combatiendo. Sus hombres fueron envueltos por los flancos y el centro musulmán empezó entonces a avanzar, cerro de la Alcachofa abajo, empujando a los godos hacia la ratonera que formaban los cauces del Almodóvar y el actual arroyo del Bico –¿el Bekka de las narraciones árabes?– al desembocar en las marismas de la laguna de la Janda. Allí, a base de lanzadas propinadas por las cerradas filas de los infantes omeyas, fueron quedando acorralados los godos.

Tuvo que ser un momento espantoso, pleno de imágenes de confusión y matanza en las que apenas se distinguiría un turbión de jinetes visigodos acosados por los disciplinados lanceros árabes y por los feroces y ligeros moros y en el que el terror y la rabia se ayuntarían en un horrísono revoltijo de barro, sangre y acero que colmaría de cadáveres de hombres y caballos las embarradas orillas del Almodóvar y las lodosas marismas de la Janda.

Fue, en definitiva, una épica y desesperada encerrona en la que caballeros e infantes godos, los que no habían huido con los traidores, pelearían hasta la muerte, pues así lo indican las fuentes que hablan de un durísimo combate y de una matanza sobrecogedora. Por su parte, Rodrigo, desesperado, o bien cayó combatiendo o bien murió tratando de escapar. Las fuentes árabes disienten sobre si su cuerpo fue encontrado o no. Una de ellas señala que su cadáver fue hallado y que fue decapitado, enviándose su cabeza a Damasco. Otras, la mayoría, afirman que su cuerpo no fue nunca identificado y que lo único que los musulmanes encontraron tras tres días de matanza, fue su gran caballo de batalla, un espléndido ejemplar, con sus preciosos arreos: una silla guarnecida de oro y cuajada de rubíes y esmeraldas, amén de una bota de Rodrigo medio hundida en el barro y adornada con perlas y rubíes (Crónica mozárabe de 754 52; al-Hakam pp. 41 y 44-46; Ajbar Machmua pp. 31-32; al-Maqqari, pp. 113-114; Ibn al Kardabus, pp. 59-60; Ibn Qutaiba pp. 15-16; Ibn al-Sabbat, p. 68).

Todo lo expuesto nos lleva a lanzar una 5.ª edición de Imperios y bárbaros, donde añadimos estas nuevas informaciones sobre la batalla y su contexto. El resultado es un nuevo epígrafe que incluye nuevos mapas, gráficos explicativos y, sobre todo, una mucho más vívida, precisa y certera visión de la batalla que cambió el destino de Hispania.

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